EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO
ÍNDICE
II .
AUTORIDAD DE L
A DOCTRINA ESPIRITA .
Registro universal de la enseñanza de los Espíritus.
Si la doctrina espirita fuese una concepción puramente humana no tendría por garantía mas que las luces de
aquel que la hubiere concebido; pero nadie en la Tierra,
tendría la pretensión de poseer la verdad absoluta
.
Si los Espíritus que la revelan se hubiesen manifestado á un sol
o hombre
, nada podría garantizar su origen, pues, sería
necesario creer bajo su palabra
, al que dijese que había recibido su enseñanza.
En
caso de que se admitiera una absoluta sinceridad de su parte, a lo sumo podría
convencer a las personas con quienes estuviera relacionado; conseguiría
adeptos, pero nunca llegaría a congregar a todo el mundo.
Dios ha querido que la nueva revelación
llegase a los hombres por un camino más rápido y de mayor autenticidad. Por eso
encargó a los Espíritus que la transportaran desde uno a otro polo, y que se
manifestaran en todas partes, sin conceder a nadie el privilegio exclusivo de
oír su palabra.
Es posible engañar a un hombre, incluso
este puede engañarse a sí mismo, pero no hay lugar a dudas cuando millones de
personas ven y oyen lo mismo: eso es una garantía para cada uno y para todos.
Por
otra parte, es posible hacer que un hombre desaparezca, pero no se puede hacer
que desaparezcan las masas; es posible quemar los libros, pero no se puede
quemar a los Espíritus. Aun así, aunque se
quemaran todos los libros, no por ello la fuente de la doctrina dejaría de ser
inagotable, puesto que no se encuentra en la Tierra, sino que brota en todas
partes y todos pueden apagar su sed en ella. A falta de hombres para
difundirla, siempre habrá Espíritus, que llegan a todos sin que nadie pueda
llegar hasta ellos.
En realidad, son los propios Espíritus
quienes hacen la propaganda, con la ayuda de innumerables médiums a los que
ellos estimulan en todas partes.
Si sólo hubiera habido un único
intérprete, por más favorecido que estuviese, el espiritismo apenas se
conocería. Incluso, ese intérprete, sea cual fuere la clase a la que
perteneciera, habría sido objeto de prevenciones por parte de muchas personas,
y no todas las naciones lo habrían aceptado.
En cambio, como los Espíritus se comunican
en todas partes, en todos los pueblos, así como en la totalidad de las sectas y
de los partidos, todo el mundo los acepta. El espiritismo no tiene
nacionalidad, no forma parte de ningún culto en particular, ni es impuesto por
ninguna clase social, porque cualquier persona se halla en condiciones de
recibir instrucciones de sus parientes y de sus amigos de ultratumba.
Era preciso que así fuera, para que pudiese
convocar a todos los hombres a la fraternidad. Si el espiritismo no
hubiese permanecido en un terreno neutral habría alimentado las disensiones, en
vez de apaciguarla.
La universalidad de la
enseñanza de los Espíritus constituye el poder del espiritismo. Ahí
reside también la causa de su rápida propagación.
Mientras que la palabra de un
solo hombre, aunque este contara con el concurso de la prensa, tardaría siglos
para llegar a los oídos de todos, ocurre que millares de voces se hacen
oír simultáneamente en todos los lugares de la Tierra, para proclamar los
mismos principios y trasmitirlos tanto a los más ignorantes como a los más
sabios, a fin de que nadie sea desheredado.
Se trata de una ventaja de la que
no ha gozado ninguna de las doctrinas que aparecieron hasta ahora. Por
consiguiente, dado que el espiritismo es una verdad, no le teme al
desprecio de los hombres, ni a las revoluciones morales, ni a los cataclismos
físicos del globo, porque nada de eso puede afectar a los Espíritus.
Sin embargo, esa no es la única
ventaja que deriva de su excepcional posición. El espiritismo encuentra
en ella una garantía todopoderosa contra los cismas que podrían suscitarse,
tanto por la ambición de algunos como por las contradicciones de determinados
Espíritus. Sin duda, esas contradicciones constituyen un escollo, pero
un escollo que lleva consigo el remedio para su propio mal.
Es sabido que los Espíritus, a
causa de la diferencia que existe entre sus capacidades, lejos están en lo
individual de poseer la verdad absoluta; que no a todos les está dado el
penetrar ciertos misterios; que el saber de cada uno es proporcional a su
purificación; que los Espíritus vulgares no saben más que los hombres, e
incluso saben menos que ciertos hombres; que entre ellos, tanto como entre los
hombres, los hay presuntuosos y pseudocientíficos que pretenden saber lo que
ignoran; sistemáticos que adoptan sus propias ideas como verdades; por último,
que sólo los Espíritus de la categoría más elevada, los que ya están
absolutamente desmaterializados, son los que se han despojado de las ideas y de
los prejuicios terrenales.
No obstante, también se sabe que
los Espíritus engañadores no tienen reparo en adoptar nombres que no les
pertenecen, a fin de que se acepten sus utopías. De ahí resulta que, en lo
atinente a todo lo que esté fuera del ámbito de la enseñanza exclusivamente
moral, las revelaciones que cada uno pueda recibir tendrán un carácter
individual, sin la certeza acerca de su autenticidad; y deben ser consideradas
como opiniones personales de tal o cual Espíritu, de modo que sería imprudente
admitirlas y propagarlas a la ligera como verdades absolutas.
El primero de los controles
es, con toda seguridad, el de la razón, a la que es necesario someter sin
excepciones todo lo que proviene de los Espíritus.
Una teoría en evidente contradicción
con el buen sentido, con una lógica rigurosa y con los datos positivos que se
poseen, debe ser rechazada, por más respetable que sea el nombre con que esté
firmada.
Sin embargo, en muchos casos ese control
resultará incompleto debido a los deficientes conocimientos de ciertas
personas, como también a la tendencia de muchos a considerar su propia opinión
como juez exclusivo de la verdad. En semejante caso, ¿Qué hacen los hombres que
no depositan una confianza absoluta en sí mismos? Buscan el veredicto de la
mayoría y adoptan como guía la opinión de esta. Así se debe proceder
respecto a la enseñanza de los Espíritus, pues ellos mismos nos proporcionan
los medios para hacerlo.
La concordancia en la enseñanza de los
Espíritus es, pues, el mejor control. Con todo, es necesario realizarlo
conforme a determinadas condiciones. La menos segura de todas es que el propio
médium interrogue a Espíritus diferentes acerca de un punto dudoso.
Evidentemente, si él estuviera bajo el
dominio de una obsesión o tratara con un Espíritu engañador, ese Espíritu
podría manifestarle la misma cosa con nombres diferentes. Tampoco hay una
garantía suficiente en la conformidad que haya en lo que se puede obtener a
través de varios médiums en un mismo centro, porque es posible que todos estén
bajo la misma influencia.
La única garantía seria en relación con la enseñanza de los
Espíritus está en la concordancia que debe existir entre las revelaciones
hechas espontáneamente, a través de un número importante de médiums de lugares
diferentes, que no se conozcan entre sí.
Se entiende que no se trata aquí
de comunicaciones relativas a intereses secundarios, sino de las referidas
precisamente a los principios de la doctrina.
La experiencia demuestra
que cuando se debe revelar un principio nuevo, este es enseñado espontáneamente
en diferentes puntos, al mismo tiempo y de una manera idéntica, si no en cuanto
a la forma, al menos en lo relativo al fondo.
Por consiguiente, si satisface a
un Espíritu formular un sistema excéntrico, basado exclusivamente en sus ideas
y ajeno a la verdad, téngase por seguro que ese sistema quedará circunscrito y caerá
ante la unanimidad de las instrucciones que se proporcionen en todas partes,
como ha quedado demostrado en abundantes ejemplos.
Precisamente, a la unanimidad se
debió el fracaso de los sistemas parciales que surgieron en los orígenes del
espiritismo, cuando cada cual explicaba los fenómenos a su modo, antes de que
se conociesen las leyes que rigen las relaciones entre el mundo visible y el
mundo invisible.
Esa es la base en que nos
apoyamos cuando enunciamos un principio de la doctrina. No se debe a
que por estar conforme con nuestras ideas lo tomamos por verdadero. No nos
colocamos, en absoluto, como juez supremo de la verdad, ni tampoco decimos a
nadie: “Creed en tal cosa porque nosotros lo decimos”. Desde nuestro punto de
vista, nuestra opinión sólo es una opinión personal, que puede ser verdadera o
falsa, puesto que no nos consideramos más infalibles que otros. Tampoco
consideramos que un principio sea verdadero por el hecho de que nos lo hayan
enseñado, sino porque ha recibido la sanción de la concordancia.
En la posición en que nos
encontramos, dado que recogemos comunicaciones de cerca de mil centros
espíritas serios, diseminados por los más diversos puntos del globo, estamos
en condiciones de analizar los principios en que se basa la concordancia.
Ese análisis nos ha guiado hasta hoy, y habrá de guiarnos en los nuevos
campos que el espiritismo está llamado a explorar.
Así, mediante el estudio
atento de las comunicaciones provenientes de diferentes lugares, tanto de
Francia como del extranjero, reconocemos, por la naturaleza absolutamente
especial de las revelaciones, que el espiritismo tiende a ingresar en un nuevo
camino, y que le ha llegado el momento de dar un paso hacia adelante.
Esas revelaciones, formuladas a
veces con palabras veladas, a menudo han pasado desapercibidas a muchos de los
que las han obtenido. Muchos otros creen que son los únicos que las poseen. Tomadas
en forma aislada, no tendrían ningún valor para nosotros; sólo la coincidencia
les confiere autoridad. Más adelante, cuando llegue el momento de
darlas a publicidad, cada uno recordará haber obtenido instrucciones en el
mismo sentido. Ese movimiento general, que analizamos y estudiamos con la
asistencia de nuestros guías espirituales, es el que nos ayuda a determinar la
oportunidad para que realicemos o no alguna cosa.
Ese control universal
constituye una garantía para la unidad futura del espiritismo, y anulará todas
las teorías contradictorias. De ese modo se buscará en el porvenir el criterio
de la verdad. Lo que determinó el éxito de la doctrina formulada
en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, fue que en todas
partes todos pudieran recibir, directamente de los Espíritus, la confirmación
acerca del contenido de esos libros. Si de todas partes los Espíritus hubieran
venido a contradecirlo, haría mucho tiempo que esos libros habrían sufrido la
suerte de las concepciones fantasiosas.
Ni con el apoyo de la prensa se
hubieran salvado del naufragio, mientras que, privados incluso de ese apoyo, no
han dejado de abrirse camino y de avanzar rápidamente. Esto se debe a que han
recibido el apoyo de los Espíritus, cuya buena voluntad no sólo compensó sino
superó la mala disposición de los hombres. Del mismo modo sucederá con
todas las ideas que, emanadas de los Espíritus o de los hombres, no puedan
superar la prueba de dicho control, cuyo poder nadie puede discutir.
Supongamos, por lo tanto, que
ciertos Espíritus quieran dictar, bajo cualquier denominación, un libro en
sentido contrario; supongamos además que con una intención hostil y con el
propósito de desacreditar la doctrina, la malevolencia suscitase comunicaciones
apócrifas; ¿Cuál sería la influencia que podrían ejercer esos escritos, si en
todas partes fueran desmentidos por los Espíritus? Necesitamos como garantía la
adhesión de estos últimos, antes de lanzar algún sistema en su nombre. Del sistema
de uno solo, al sistema de todos, existe la misma distancia que va desde la
unidad al infinito. ¿Qué podrán conseguir los argumentos de los detractores, por
encima de la opinión de las masas, cuando millones de voces amigas provenientes
del espacio llegan de todas partes del universo, para combatir tenazmente tales
argumentos en el seno de cada familia? Al respecto, ¿la teoría no ha
sido confirmada ya por la experiencia? ¿Qué ha sido de todas esas publicaciones
que, según decían, pretendían aniquilar al espiritismo? ¿Cuál es la que
siquiera ha frenado su marcha? Hasta el presente no se había enfocado esta
cuestión desde ese punto de vista: uno de los más importantes, sin duda. Cada
uno contó consigo mismo, pero no contó con los Espíritus.
El principio de la
concordancia es también una garantía contra las alteraciones que, para su
propio provecho, podrían introducir en el espiritismo las sectas que quisieran
apoderarse de él y adaptarlo a su voluntad. Quien intentara
desviarlo de su objetivo providencial fracasaría, por la sencilla razón de que
los Espíritus, en virtud de la universalidad de su enseñanza, echarían por
tierra cualquier modificación que se apartara de la verdad.
De todo esto se desprende una
verdad fundamental: cualquiera que intentara oponer trabas al curso de
las ideas, ya establecido y sancionado, podría por cierto provocar una pequeña
perturbación local y momentánea, pero nunca dominaría al conjunto, ni siquiera
en el presente, pero menos todavía en el futuro.
También se desprende de esto que las
instrucciones que han suministrado los Espíritus, acerca de los puntos de la
doctrina que aún no se han dilucidado, no se convertirán en ley mientras esas
instrucciones permanezcan aisladas, de modo que no deben ser aceptadas sino con
todas las reservas y exclusivamente a título informativo.
De ahí la necesidad de
tener la mayor prudencia al darlas a publicidad; y en caso de que se
considerase conveniente publicarlas, sólo deben ser presentadas como opiniones
individuales más o menos probables, pero que en todos los casos necesitan ser
confirmadas. Esa confirmación es la que se debe aguardar antes de
presentar algún principio como verdad absoluta, a menos que se exponga a recibir
la acusación de liviandad o de credulidad irreflexiva.
Los Espíritus superiores proceden
en sus comunicaciones con suma sabiduría. Sólo abordan las cuestiones
principales de la doctrina en forma gradual, a medida que la inteligencia es
apta para comprender verdades de un orden más elevado, y cuando las
circunstancias son propicias para la emisión de una idea nueva. A eso
se debe que no hayan dicho todo desde el comienzo, ni que lo hayan hecho hasta
el día hoy, pues jamás ceden a la impaciencia de las personas demasiado
apresuradas que pretenden cosechar los frutos antes de que hayan madurado.
Sería, pues, superfluo querer precipitar el tiempo que la Providencia asignó a
cada cosa, porque entonces los Espíritus realmente serios negarían decididamente
su colaboración, y los espíritus frívolos, a quienes poco les preocupa la
verdad, responderían a todo. Esa es la razón por la que las preguntas
prematuras siempre reciben respuestas contradictorias.
Los principios precedentes no son
el resultado de una teoría personal, sino la consecuencia forzosa de las
condiciones en que se manifiestan los Espíritus. Es evidente que, si un
Espíritu dice una cosa en un lugar, mientras millones de Espíritus dicen lo
contrario en otro, la presunción de verdad no puede hallarse de parte de aquel
que es el único, o poco menos que el único, que sostiene esa opinión.
Ahora bien, que alguien pretendiera tener razón contra todos sería tan
ilógico de parte de un Espíritu como de parte de los hombres. Los
Espíritus que en verdad son sabios, si no se consideran debidamente ilustrados
sobre una cuestión, jamás la resuelven en forma terminante; declaran que sólo
la tratan desde su punto de vista y aconsejan que se aguarde la confirmación.
Por grande, bella y justa
que sea una idea, resulta imposible que desde un principio congregue a la
totalidad de las opiniones. Los conflictos que de ella derivan son la
consecuencia inevitable de la conmoción que se produce; son necesarios incluso
para hacer que la verdad resalte mejor, y es conveniente que tengan lugar al
comienzo, a fin de que las ideas falsas sean pronto dejadas de lado. Los
espíritas que alimenten algún temor al respecto pueden, pues, permanecer
absolutamente tranquilos. Las pretensiones aisladas fracasarán,
por la fuerza de las circunstancias, ante el importante y poderoso criterio del
control universal.
No será a la opinión de un
hombre que se aliarán los demás, sino a la voz unánime de los Espíritus.
No será un hombre, ni nosotros ni cualquier otro, quien implantará la ortodoxia
espírita. Tampoco será un Espíritu quien venga a imponerse a
quienquiera que sea: será la universalidad de los Espíritus que se comunican en
toda la Tierra por orden de Dios. Ese es el carácter esencial de la doctrina
espírita; esa es su fuerza, su autoridad. Dios ha querido que su ley se apoyara
en una base inconmovible, por eso no le dio como fundamento la frágil cabeza de
uno solo.
Ante tan poderoso areópago,
que no conoce bandos ni rivalidades celosas, ni sectas, ni naciones, caerán
todas las oposiciones, todas las ambiciones, todas las pretensiones de
supremacía individual, pues nos destruiríamos a nosotros mismos si quisiéramos
sustituir sus decretos soberanos por nuestras propias ideas. Sólo él
resolverá los litigios, acallará las disidencias y dará la razón a quien le
corresponda. Ante ese imponente acuerdo de todas las voces del Cielo, ¿Cuánto puede la opinión de un hombre o de un Espíritu? Menos que una gota de
agua que se pierde en el océano, menos que la voz de un niño sofocada por la tempestad.
La opinión
universal: ese es el juez supremo, que se pronuncia en última instancia.
Esa opinión está constituida por las opiniones individuales. Si alguna de ellas
es verdadera, sólo tiene en la balanza un peso relativo. Si es falsa, no puede
prevalecer sobre las demás. En ese inmenso conjunto las individualidades se
extinguen, lo que representa un nuevo fracaso para el orgullo humano.
Ese conjunto armonioso ya se esboza. No
pasará este siglo sin que brille en todo su esplendor, a fin de disipar las
incertidumbres; porque desde ahora hasta entonces, voces poderosas habrán
recibido la misión de hacerse oír, de modo de reunir a los hombres bajo el
mismo estandarte, tan pronto como el campo esté suficientemente labrado.
Mientras tanto, aquel que fluctúe entre dos sistemas opuestos podrá observar en
qué sentido se ordena la opinión general: ese será el indicio cierto del
sentido en que se pronuncia la mayoría de los Espíritus en los diferentes
sitios en que se comunican, y una señal no menos segura de cuál de los
dos sistemas prevalecerá.
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